martes, 4 de noviembre de 2008

Un interludio de maldad - Ester 3: 1-15




“El hombre nacido de mujer, es corto de días y lleno de tensiones”. Job 14: 1


La paráfrasis dice lo siguiente: ¡Cuán frágil es el hombre! ¡Cuán frágil es el hombre y cuán atribulado!


Cuán frágil… cuán atribulado… ¿No lo dice todo?
Sigamos el ejemplo de Job y enfrentemos esta realidad, en vez de malgastar un tiempo precioso tratando de hallar un escape a las dificultades y aflicciones de la vida. “Lo que duele, enseña”.


El sufrimiento: un tema reiterado a través de toda la vida. Millones de personas viven con un sufrimiento crónico. Las enfermedades son causa de indignidades, sufrimiento, aislamiento y a menudo de muerte. En el mundo emocional, muchos enfrentan los horrores de las depresiones recurrentes, del desánimo y del desengaño. Y las vidas de muchas personas están atormentadas por la neurosis, la psicosis y una multitud de problemas conexos. Luego está el mundo doméstico, sin mencionar la de niños desatendidos o abandonados. La vida y el dolor son sinónimos. Es simple y llanamente la presencia universal del mal, la inevitable realidad del pecado. El pecado es una enfermedad universal. Como resultado vivimos afectados por él. El pecado rompe las relaciones. La injusticia existe. Porque la vida no es justa. ¿Por qué razón? Por causa del mal. ¿Querer matar a todo un pueblo, que nada tenía que ver en absoluto con el enfrentamiento de voluntades que había entre ellos?


Samuel confrontó a Esaú con su desobediencia. No nacemos odiando. Para odiar, tenemos que ser enseñados. Lo que originalmente vimos como cólera, ahora se ha convertido en prejuicio. El odio se ha convertido en asesinato en la mente de Amán. No se habla sino de exterminio.


La maldad: una respuesta apropiada a la misma.
Tres lecciones de tres personajes:
Mardoqueo, Amán y Asuero.
Mardoqueo: Nunca olvide que siempre habrá alguien que se resentirá por su devoción al Señor.
Amán: Nunca subestimes la naturaleza diabólica de la venganza.
Asuero: Nunca subestimes el valor de su propia importancia. La gracia de Dios ve más allá de nuestra necesidad más profunda.

El puede darnos la capacidad de entregarle nuestro dolor en esta vida, permitiéndonos resistir todos los intentos de vengarnos, al mismo tiempo que se encarga de este problema insoluble para nosotros, por medio de su poder. La vida y el dolor pueda ser sinónimos, pero no nos convierten en víctimas desamparadas de nuestros interludios de maldad.
Dios y su gracia son suficientes para transformarnos de una persona perversa a una persona buena.

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